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Al crecer entre Florida y Mallorca, Dora Alzamora Good siempre estuvo rodeada de creatividad. Grace Alzamora, su madre, y Mariana Alzamora, su tía, son artistas de éxito y, cuando Dora era joven, tenían un estudio en Florida donde hacían instalaciones de mosaicos a gran escala y fuentes de piedra y conchas para hogares privados y encargos públicos. Jeanne Alzamora (la abuela de Dora), originaria de Perú, era escultora y trabajaba en madera, piedra y arcilla, y también confeccionaba acolchados y batiks. Su tío Víctor es pintor y su primo Emil Alzamora, escultor. Se puede decir con seguridad que hay un ADN creativo serio en esta familia. Gran parte de esta creatividad familiar también se vio impulsada por los veranos que pasaban en Deià, que, en ese momento, era un tranquilo y discreto pueblo de montaña donde los creativos de pensamiento libre pasaban el rato y hacían arte de una manera muy liberada y sin trabas. En un principio, Good pensó que quería ser pintora: «Quería añadir belleza al mundo», señala, pero pronto se dio cuenta de que no era su medio. Se relacionó con la escultura durante algunas clases en la escuela de arte La Massana de Barcelona, como así en otras clases en Nueva York y Londres, donde continuó explorando diferentes medios y estilos.